La curación de un endemoniado

Károly Markó originario de Hungría aprende pintura de manera autodidacta. Entre 1822 y 1823 reside en Viena, donde pinta retratos en miniatura para prendedores. Su obra en ese período se relaciona con el estilo Biedemeier que imperaba en Austria, Alemania, Dinamarca y Suiza entre 1815 y 1848 y se caracteriza por mostrar la vida íntima de la clase burguesa mediante la representación de interiores, paisajes y retratos de meticulosa atención. En 1832 visita Italia y comienza a pintar lo que se considera el paisaje ideal, con escenas mitológicas o religiosas donde se describe la naturaleza por medio del detalle. Primer artista sobresaliente de la pintura húngara en el siglo XIX. Las más importantes influencias en su obra provienen de los paisajes heroicos del siglo XVII, en particular del trabajo del extraordinario pintor francés Claude Lorraine -1600-1682-, de ahí que se le llamara el "Lorraine húngaro". Sus escenas, aunque de corte mitológico y bíblico, están situadas en Hungría e Italia. El principal interés de este autor era plasmar la grandiosidad de la naturaleza, por lo que el tema de estas pinturas aparece subordinado a la vastedad del entorno, como un aspecto anecdótico. Esta cualidad preludia el más puro romanticismo. En 1855 llegaron a México varios paisajes idílicos que fueron encargados a Markó para la octava exposición de la Academia de San Carlos. Entre sus alumnos destaca Eugenio Landesio. La obra fue comisionada por la Academia y se exhibió en la IX Exposición Anual de la Academia de San Carlos en 1856.